Lo ha dicho. Todos lo hemos oído. De su boca han salido las palabras que aconsejan congelar el sueldo de los funcionarios. Y además, lo ha dicho queriendo aportar una inteligente propuesta al presidente del gobierno. Si nuestro “president” fuese un niño pequeño, le sonreiría y le preguntaría, al tiempo que le pellizcaría un moflete, si ha sido capaz de llegar a ese pensamiento él solito, o si le habían ayudado.
¿Quién no tiene en su memoria a algún funcionario al que recuerde por su pasividad, por su indolencia ante la premura y la desorientación de algún ciudadano? Yo mismo puedo recordar entre cuatro o cinco a los que les hubiera espetado a la cara lo que pensaba en los momentos en los que me sentía preso de su benevolencia y no de mis propios derechos. Quién no ha tenido que esperar en interminables colas hasta ser atendido, mientras veíamos que en aquel despacho del que esperábamos la atención, había suficientes personas como para reducir la cola en pocos minutos; o por lo menos eso nos parecía. Ahora es el momento de nuestra venganza, ¿verdad honorable don José? Ahora es el momento de resarcirnos de las esperas, de extraer la espinita de las antiguas pólizas y estampillas (¿se acuerda?), del tener que mordernos la lengua por si nuestro atrevimiento hubiese sido causa suficiente para no conseguir lo que demandábamos; ahora es el momento de reparar el agravio que nos infligió el policía al multarnos -muy funcionario él en formas- por haber estacionado incorrectamente nuestro vehículo; ya llegó el momento de encararnos contra profesores, muy listillos ellos, que se atrevieron a llamarnos la atención, que trabajan poquísimo y tienen demasiadas vacaciones (quizás no todo el mundo sepa que a cada hora de profesor en el centro docente, le corresponden dos más en casa, donde seguirá trabajando: programando, preparando, corrigiendo, inventando, reinventando, reprogramando, recorrigiendo, retutelando, rereinventando, rerecorrigiendo, rerrepreparando…); que no quede ninguno de los que pueblan los pasillos oficiales sin su ración de escarmiento.
Verá, don José, a eso se le llama populismo. Que sí, que se le llama populismo aunque otros se esfuercen en buscar alguna palabra de esas que todos firmaríamos religiosamente; verbigracia: solidaridad, responsabilidad, patriotismo (con muchísimos matices de tiempo, lugar y modo, claro), etc.
Si al fin y al cabo todo repercute en la sociedad, ¿qué pensaríamos si se propusiera aumentar las cotizaciones de los torneros, o de los carpinteros, o de autónomos? O, por qué no, de todos los constructores que han sobrevivido a la crisis, o de todos aquellos que guarden en sus cuentas corrientes una cantidad superior a … Algo dijeron también los sindicatos sobre la supuesta congelación salarial; dijeron que si los salarios no aumentan, el consumo no crece, y si éste no crece, genera más crisis. Los daños colaterales, “president”, que hay que contar con ellos.
Y mientras vamos poniéndonos los abrigos, déjeme que le proponga al oído otras medidas que más que populistas se me antojan populares, que no es lo mismo, ni de lejos. Fíjese, presi, cómo cambiaría en relación a su sugerencia de ahorro si en vez de haber dicho lo apuntado hubiese pronunciado lo que le voy a susurrar; otro gallo cantaría, aunque me temo que en las relaciones con los muy abrigados socios de gobierno, no hubiesen gustado demasiado; me refiero al ahorro que significaría el cierre de las pseudoembajadas; me refiero a acabar con todos los cargos de confianza (entre los que también podemos encontrar algún funcionario, por si le hace más feliz, CAC…, la cifra resulta ingente ), no sólo de la Generalitat, sino de todos los pueblos de Cataluña donde el PSC y ER, principalmente, han urdido con tal espesor sus telas de araña, que apenas dejan entrar la deseada luz del día ni el justo aire que respirar; a reducir el sueldo de los altos cargos políticos (¿por qué tiene usted un sueldo más elevado que el del presidente del gobierno español?); me refiero a dejar de financiar asociaciones afines a partidos (Omnium Cultural…) y ya puestos, como usted conocerá este asunto mucho mejor que yo, le dejo que vaya cavilando cómo podría aumentar la lista que le cedo para que vaya familiarizándose con algunas de sus obligaciones.
Valentín García Pimentel